Hace años, fui a una tienda a comprar una jaula, y no me pusieron ningún tipo de problema, era algo de lo más normal.
Por el camino, me crucé con un conocido que se sorprendió bastante al verme con ella:
-¡Anda! ¿Es que te gustan los pájaros? – me preguntó ilusionado.
-Sí – le respondí escuetamente.
-Pues yo tengo muchos, te puedo dar los que quieras – me ofreció con la mejor intención.
-No, gracias, prefiero cazar uno yo mismo.
Nadie sospechó por aquel entonces de las siniestras intenciones que me rondaban la cabeza.
Me encapriché de tener una joven promesa de la canción de autor, y capturé y enjaulé uno para que cantara sólo para mí.
Cómo he disfrutado desde entonces escuchando sus canciones de libertad y esperanza.
Suele cantar bastante, imagino que será feliz. Pero, como dicen que ahora está prohibido tenerlos enjaulados, hace tiempo que no se lo enseño a nadie y no lo saco a la calle.
Y colorín, colorado, este cuento he acabado.
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