Érase una vez un pueblo en el que la gente tenía una peculiar forma de decir dónde vivía: “En Alboh, con equih”. Esto fue así durante mucho tiempo y todo el mundo lo veía normal, pero los graciosicos de los pueblos de alrededor comenzaron a mofarse de ellos, y en Albox acabó surgiendo un grupo de personas que empezó a reaccionar de una manera un tanto violenta. Cuando les hacían la pregunta, respondían lentamente: “Soy de Alboh”. Entonces hacían una pausa, y observaban atentamente la reacción de su interlocutor. Si veían que era una persona seria, finalizaban la frase como siempre. Pero si intuían que se iba a reír, finalizaban la frase diciendo: “con equih”; y le cruzaban la cara dándole un par de guantazos describiendo una gran X con la mano.
Aquello no sentó nada bien a la gente de los otros pueblos. La violencia generó más violencia, y aquel grupo de albojenses fue un poco más allá y acabó tomando las armas. En lugar de cruzarles la cara con dos guantazos, comenzaron a cruzarles el pecho con una espada. (1)
Los otros eran más, pero los albojenses hacían gala de una mayor destreza en el manejo de la espada. Siempre que salían victoriosos en una reyerta hacían lo mismo: gritaban “¡Por Alboh, con equih!”, y marcaban a su contrincante con una X. Así surgió la leyenda de los legendarios “Mosqueteros de Alboh (con equih)”
Pero aquello resultó no ser una leyenda, sino una historia real.
Al parecer, aunque todos los niños suelen jugar con palos imaginándose que son espadas, los niños albojenses siempre habían demostrado una destreza innata en este juego. Lo que pasa es que, en vez de incentivarlos para que desarrollaran su habilidad en el noble arte del esgrima, se les solía desanimar con el típico: “¡Mijico ehtate quieto con el palico, no veh que oh vaih a haceh daño!”.
El destino quiso que un historiador aficionado al esgrima que pasaba por Albox, se fijara en un chiquillo que se encontraba luchando ferozmente contra unas paletas. Aparte del dominio del palo-espada que demostraba, le sorprendió especialmente la precisión con la que les hacía una marca en forma de X. Se entrevistó con sus padres y le contaron que debía de ser genético, porque el padre del niño era un reputado vareador de almendras, y el abuelo y el bisabuelo, además de eso eran recordados por su increíble manejo del bastón de abuelillo. El historiador les pidió que lo dejaran hojear el álbum de fotos familiar, y descubrió con sorpresa que el abuelo y el bisabuelo aparecían en algunas fotos haciendo el signo de la X con los dedos índices. La excitación se apoderó de él, presentía que estaba ante un gran descubrimiento. Salió a la calle, se alejó unos metros de la casa de aquella familia, y comenzó a caminar alrededor de ella observándola con detenimiento. Cuando dio la vuelta completa, los padres y el niño lo esperaban desconcertados.
-Esta casa… ¿tiene sótano? – preguntó el historiador.
-No – respondió el padre.
-¿Segugo? – insistió con acento francés.
-Claro.
-¡Ah! – exclamó con cierta tristeza.
Aquel historiador era un poco fantasioso. Ya había comenzado a imaginarse un sótano donde encontraría increíbles objetos que le permitían descubrir una magnífica historia hasta entonces desconocida. Según cuentan, después de aquel día, pasó años analizando cientos de libros y manuscritos antiguos. Trató de encontrar incansablemente el origen histórico de aquella cualidad innata para el manejo de la espada, pero nunca llegó a averiguar nada más. Murió en el más absoluto anonimato. En su lápida sólo pone: “¡¿Quién me mandaría a mí volver a Albox?!”.
Todos los años, cuando llega el Día de Todos los Santos, aquel niño que luchaba contra las paletas acude al cementerio a poner flores en su tumba. Seguramente, nunca llegue a saber que aquel historiador francés procedía de una familia de espadachines que descendían de los famosos “Tres mosqueteros”, y que mientras investigaba los orígenes de su familia, descubrió que el famoso D'Artagnan no partió desde Gascuña (Francia) para ir a Paris a hacerse mosquetero, sino que era hijo de un albojense que acudía todos los años a trabajar en la vendimia. El chiquillo empezó a juntarse con “Los tres mosqueteros”…, se le daba bien lo de la espada…, que si “uno para todos” que si “todos para uno”…, y al final se cambió el nombre y se quedó allí.
O sea, que el mosquetero más famoso de todos los tiempos resulta que era de Albox, hijo de alguno de aquellos expertos espadachines que tan valientemente defendieron el nombre de su pueblo. “¡Alboh, con equih!”, “¡Zas, zas!
(1) Esto fue posteriormente copiado por un personaje que se hizo llamar “El Zorro” y que en vez de una X dibujaba una Z, pero esto… se inventó en Albox.
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