–Migo, te guardé un higo – repetía Migo cada vez que se cruzaba con alguien. –Miga, ¿eres mi miga? – repetía Miga por su parte. Eran buena gente. Miga quería hacer migas.
A Migo le gustaban las migas.
Y claro, acabaron haciendo buenas migas.
Con algunos tropezones, por supuesto.
La cosa… tenía miga.
Le preguntaron a Miga, y respondió: “Yo, mi, me, con Migo”. Migo fue más parco en palabras.
–Miga, miguica – y le dio un beso.
Nadie llegó nunca a saber cuántos higos guardó Migo, ni cuán grande llegó a ser su fortuna.
Ni cuántas amigas llegó a tener realmente Miga.
De lo que nadie duda, es de que fueron felices y comieron…